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Lugar: Buenos Aires, Argentina

Dedicado a los luchadores en la guerra civil española y en la postguerra en defensa de un mundo mejor, aquellos que defendieron un gobierno legítimamente constituído. A través de estos tres blog difundiré testimonios que forman parte de nuestra memoria histórica, escritos sobre los derechos humanos en la Argentina , en España, en Latinoamericana, experiencias del exilio y sobre todo aquello en lo que pueda ayudar a través de la palabra escrita en pos de luchar contra el silencio y el olvido que se cierne sobre la sociedad española de hoy. autorizaron a su publicación. Inés García Holgado

sábado, 24 de mayo de 2008

DOCTOR MOISES BROGGI El médico al que se refirió Hemingway





18/05/2008
Moisés Broggi
Doctor en sabiduría
Texto de José Martí Gómez
La larga y fecunda existencia del doctor Moisés Broggi tiene su referencia en la guerra civil española, donde fue “el pequeño y valeroso médico” republicano al que se refirió el escritor Ernest Hemingway. Al cumplir 100 años desgrana recuerdos y anécdotas de una vida dedicada a la ciencia y conducida por un profundo espíritu humanista.

La galería de personajes que ha marcado la vida de Broggi es más rica que una de ficción
En su novela sobre la guerra civil española, Ernest Hemingway le describió en Por quién doblan las campanas como “el pequeño y valeroso médico”. Moisés Broggi era un joven cirujano de las Brigadas Internacionales que con un quirófano ambulante operaba a pocos metros de la línea del frente. Hoy, Moisés Broggi cumple cien años. He intentando muchas veces sonsacarle la pócima mágica que le ha permitido llegar a esa edad con plena lucidez mental, pero no he conseguido otra pista que la frase “trate de ser feliz”.
Consecuente con esa frase, Moisés Broggi ha escrito en el primer tomo de su magnífica autobiografía:
“Nací en Barcelona, el mes de mayo de 1908, en un piso de una casa acabada de construir en la parte alta del Eixample (...) Desde la casa se veía la villa de Gràcia con el Tibidabo al fondo y, delante, las vacas del hombre de la leche que yo contemplaba desde el balcón (...) He vivido unos años llenos de innovaciones que han cambiado el aspecto del mundo y también el destino de la humanidad (...) He visto el paso del transporte animal al de motor de explosión; del carbón como primer productor de energía al petróleo y la electricidad; he vivido los inicios de la aviación y las telecomunicaciones y las posibilidades de la energía atómica (...) He podido seguir íntimamente el extraordinario progreso de la medicina, lo que ha permitido prolongar los años de esperanza de vida (...) Hubo quienes pensaron que la ciencia y la técnica lo solucionarían todo, pero las guerras han demostrado que el hombre sigue siendo capaz de destruirse a sí mismo (...) Pese a todo, confieso que, por encima de los avances técnicos y científicos, es la relación humana la que ha iluminado y ha dado sentido y alegría a mi vida”.
Le conocí a principios de la década de los setenta. Un tal Moisés Broggi firmaba una carta en el semanario Destino denunciando que un capitoste del Ministerio de Sanidad se había llevado a su despacho en Madrid el cuadro que Ramón Casas había donado al doctor Lluís Sayé agradeciendo su labor en la lucha contra la plaga del siglo que era la tuberculosis. Ese cuadro siempre había estado en el dispensario antituberculoso de la calle Radas, por entonces zona deprimida de Barcelona. Pero el día que el preboste lo vio y elogió le faltó tiempo al pelota de turno para decirle que se lo empaquetaba y enviaba, faltaría más, siempre a sus órdenes, a su despacho en Madrid. Se necesitaba valor cívico por parte de Broggi para firmar aquella carta, dado su pasado brigadista, la depuración que había padecido y la personalidad y el peso social del preboste. Localicé a Moisés Broggi a través del listín telefónico. Eran unos años en los que los periodistas nos movíamos más. “Ahora los policías hemos dejado de pisar la calle; nos pasa como a vosotros los periodistas”, me dijo hace poco un policía veterano, y no pude menos que darle la razón. Ni los policías van de garitos nocturnos, ni los periodistas sabemos utilizar el listín telefónico.
Localizado el tal Broggi, nos vimos. Conectamos tan pronto como nos sentamos y empezamos a hablar. Fue el inicio de una, para mí, enriquecedora amistad. Me amplió datos sobre el doctor Sayé, que, de vuelta del exilio en 1952, había enfermado años después y había entrado en un largo coma vegetativo en un habitáculo donde la generosidad del doctor Vilardell y otros médicos admiradores del trabajo de Sayé en los años de la República permitió que el final de su vida, sin dinero, fuese digno y acompañado de su esposa. Tras conversar con Broggi sobre el tema del cuadro de Ramón Casas –una mujer acogiendo maternalmente a dos hijos pequeños–, escribí un largo reportaje en El Correo Catalán. Era incendiario, pero lo que puso nervioso al preboste y al pelota fue que en días sucesivos fuese incidiendo en la frase “el cuadro aún no ha sido devuelto” y que Destino publicase más cartas apoyando a Broggi. Al cabo de un tiempo, el cuadro regresó al sitio del que no debió salir. “Un malentendido”, se justificaron los autores de la tropelía.
Broggi se cruzó de piernas y dijo simplemente:
“Ya volvió, ya está otra vez aquí...”.
Algo así como decir “misión cumplida”. Tal vez Broggi llegó a creer que era cierto lo del malentendido. A Broggi la vida le ha enseñado a no prejuzgar nunca. Este hombre, que ha abierto con su bisturí decenas de centenares de cuerpos, ha visto tanta muerte y ha sido testigo de tanto dolor, no es proclive al llanto, pero un día me contó que lloró mientras enterraban a Bob, el voluntario norteamericano que conducía el enorme Renault equipado como quirófano de campaña. Me dijo que tal vez lloró porque “junto al cuerpo de Bob creí enterrar el mundo alucinante que hasta entonces me había rodeado”, pero también lloró, creo yo, por una cuestión que me había contado tiempo atrás, hablando de aquel tiempo:
“Bob era un norteamericano que recibía y controlaba el dinero para adquirir material que donaba una fundación de su país. Yo le criticaba que no me compraba suficientes cosas para el hospital de urgencia con el que nos movíamos por las líneas del frente. La cirugía de guerra es básicamente una cirugía de urgencia, una traumatología que lo abarca todo. Por eso se pensó en ubicar un quirófano móvil lo más cerca posible del frente, y así surgieron cerca de ese quirófano móvil una serie de hospitales que podían ser instalados en pocas horas. Yo le tenía ojeriza a Bob porque no me daba todo el dinero que necesitaba. Un día que hacía mucho frío se encerró hermético en el hospital volante para proceder a la esterilización, que se efectuaba con un fogón de gasolina al que se inyectaba aire comprimido. El norteamericano murió por asfixia, y cuando nos pusimos a mirar sus documentos vimos que muchas facturas las había pagado de su bolsillo porque no había suficiente con el dinero de la fundación. Aquel día decidí no volver a prejuzgar a nadie”.
“Es fácil equivocarse al prejuzgar”, le pregunté.
“Muy fácil. Todos pensábamos que el coronel inglés siempre con uniforme impecable, sonriente y seguro de sí, avanzando al frente de su brigada con el bastón de mando en una mano y la bandera en otra, era un veterano de una de las guerras del imperio británico, pero al morir en Brunete y ponernos en contacto con Inglaterra supimos que el hombre, de origen judío, amante del whisky y siempre sonriente, era conserje de un restringido club de Londres reservado a oficiales del ejército británico de los que asumió un nuevo rol viéndoles hablar, comportarse. Cuando vi El general Della Rovere, de Vittorio de Sica, me reencontré con el conserje que asumió hasta morir su papel de coronel”.
La galería de personajes reales que ha marcado la vida de Broggi es más rica que la de unos personajes de ficción. Dice el doctor que de muchas de las personas que estuvieron a su lado como voluntarios de las Brigadas Internacionales se podría escribir una novela. Dorothy, la enfermera inglesa que sobrevivió a la guerra civil española y murió en el desembarco aliado en Dunkerque. El médico húngaro Kiszely, que acabó matrimoniando con la hija de un hacendado escocés. El español Quemada, que una vez acabada la guerra se hizo marinero ballenero quizá porque pensó que las ballenas y los hombres libres eran seres en extinción en el mundo de 1939. El médico inglés Loutit estaba en Zagreb cuando cayó Stepinac, en El Cairo al ser destronado Faruk y en Bangkok cuando seguro que pasaba algo, antes de acabar instalado en Rabat como respetado cirujano. El médico norteamericano Eloesser fue uno de los que organizaron la sanidad en la Gran Marcha de Mao. En China acabó también la dulce enfermera Patience, trabajando en una misión que tenía la Iglesia evangélic

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1 comentarios:

Blogger Inés García Holgado ha dicho...

Excelente tu comentario y gracias por la información. Un abrazo. Inés García Holgado

19 de agosto de 2010, 19:16  

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