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Lugar: Buenos Aires, Argentina

Dedicado a los luchadores en la guerra civil española y en la postguerra en defensa de un mundo mejor, aquellos que defendieron un gobierno legítimamente constituído. A través de estos tres blog difundiré testimonios que forman parte de nuestra memoria histórica, escritos sobre los derechos humanos en la Argentina , en España, en Latinoamericana, experiencias del exilio y sobre todo aquello en lo que pueda ayudar a través de la palabra escrita en pos de luchar contra el silencio y el olvido que se cierne sobre la sociedad española de hoy. autorizaron a su publicación. Inés García Holgado

jueves, 20 de diciembre de 2007

MIGUEL TRIAY UN GRANDE

TRADUCCIÓN DEL POSTFACIO DEL LIBRO SABLE AMER DE MIGUEL TRIAY (2006, CARCASSONNE, FRANCIA)

Existen en la vida de mujeres y hombres momentos catastróficos en los que todo se trastoca en instantes. Para 450.000 republicanos españoles, la catástrofe se presentó a fines de enero de 1939, con la caída de Barcelona, antes de que cayera definitivamente Madrid, bajo los ataques de los rebeldes franquistas.
A partir de ese momento el destino de hombres, mujeres, gente mayor, niños se enrumbó hacia situaciones y lugares que no habían sido columbrados por ellos antes. La derrota colectiva se asumía también como derrota individual, en soledad, a veces en familia. Sin duda nunca podremos expresar el alcance del horror del hacinamiento en los campos de concentración en las playas del Rosellón, en los cuales al dolor de la derrota política se añadió la humillación impuesta a los refugiados españoles por la República Francesa. Humillación incomprensible para los republicanos, pero que sin embargo permitía vislumbrar entre los hechos y los acontecimientos lo que era conocido ya por otros pueblos llegados antes que los españoles, que habían sufrido el desprecio, el paternalismo de la administración francesa, y, algunas veces, el odio salvaje de algunos ciudadanos “autóctonos”, cuya imaginación mórbida les hacía creer en un complot extranjero contra su “raza”.
Los republicanos españoles, concentrados sobre las playas, fueron luego escogidos, seleccionados, es decir, pasados por “comisiones de selección” por medio de las cuales la administración francesa quería saber qué hacer con ellos en una segunda etapa. Se separó a las familias, mujeres y niños por un lado, milicianos padres y esposos, por otro. Francia debía protegerse del peligro que representaba toda esta gente. Se les vacunó y revacunó. Dentro de las estructuras inconscientes que decidían su porvenir, los republicanos españoles eran portadores de enfermedades: la enfermedad de los “rojos” que podía contaminar, en la fase final del Frente Popular francés, a las clases menesterosas, a la plebe, siempre lista a sublevarse y a pedir reivindicaciones. También era posible el vector mórbido de la competencia económica, en una época en que el desempleo era muy alto en Francia, en la que no se quería tener una mano de obra muy trabajadora que tomara el lugar de los franceses. Enfermedad de todo lo proveniente de España, considerado como país exótico, preñado de patologías demasiado meridionales, país casi de salvajes.
Es evidente que el punto de vista de la administración francesa chocó a los republicanos refugiados. Muchos de ellos no podían creer hasta qué punto la acogida que se les daba estaba lejos del ideal humanitario que traían en el alma y cuyo origen se encontraba justamente ahí, en Francia. Algunos no hicieron caso de algo que podía ser aparente, estando imbuidos de las ideas de la Ilustración, atribuyeron a un conjunto de circunstancias desgraciadas la poca preparación de las autoridades francesas para recibirlos, convencidos come estaban de que la verdadera República Francesa iba a revelarse finalmente para reconocer a sus hijos más allá de las nacionalidades. Algunos otros, más pragmáticos, comprendieron rápidamente la expresión de la realidad: el estorbo que representaba esta muchedumbre abigarrada, horrorosa por la cantidad de personas en un espacio tan reducido, cuya manutención era pagada por el Estado francés, debía ser lo más corto posible.
No todos conocieron los campos de mierda. En Montolieu se trató bien a obreros, empleados, a algunos privilegiados, porque la suerte de los “intelectuales” de la que eran vigilantes, desde París, algunos artistas, periodistas y escritores franceses parecía resumir a toda la España republicana. Por dicha su destino no fue parecido al de Antonio Machado. Felizmente se fueron a América Latina antes que las soluciones se terminaran.
Los simples obreros y milicianos que no regresaron a la España de Franco enfrentaron la suerte que les estaba reservada, así fueron el juguete del determinismo signado por los acontecimientos: Como reserva de mano de obra fueron sacados progresivamente de los campos de concentración para trabajar en los campos agrícolas, las minas, la aeronáutica… Los españoles del exilio ejercieron todos los oficios: carboneros, experimentaron periplos inverosímiles, apoyaron la Resistencia, murieron en Mathausen, liberaron París.
Con la Liberación, persistió aún la lógica del Estado, una lógica administrativista obsesiva que continúo ejerciendo sobre los refugiados su impronta incomprensible. La administración francesa sigue en su continuidad sea cual sea el régimen al que sirve. Se toleró a los españoles a condición de que fueran dóciles, sumisos y subordinados a la autoridad francesa; así se les abría el camino para que los refugiados se hicieran franceses. Pero ahí, a menudo, surgía el milagro: la adquisición de la nacionalidad francesa se transformaba para los más jóvenes, en un momento privilegiado por medio del cual la escuela se volvía máquina de integración permitiendo, en un contexto económico más favorable, recrear nuevos recorridos, preñados de una dinámica social en la cual convenía, sin embargo, dejar de lado los orígenes culturales propios.
El destino de otros refugiados fue más dramático. Si en estos tiempos la memoria española despierta a su historia allende los Pirineos y se otorga los medios para decir lo que fue de los vencidos bajo el franquismo, todavía falta evocar las trayectorias de los más miserables y desgraciados, los muertos de disentería, de tifus, de las secuelas de sus heridas de guerra, de tuberculosis y de enfermedades reales contraídas en esos tiempos violentos en los campos franceses. Y, por supuesto, de aquellos – ¿cuántos fueron?- que fueron a parar a asilos siquiátricos, incapaces de soportar la intolerable situación a la que se los condenaba. Quedan aún muchos aspectos por explorar en ese terrible periodo sobre el cual se tendió un silencio tan absoluto –incluso luego de la muerte de Franco- que vino a empañar las facetas de una historia que hubo que escribir de este lado de los Pirineos.
La historia personal de Miguel Triay pertenece a la de los vencidos. Actualmente está de moda hablar de la resiliencia, fenómeno que permite reponerse después de las más duras circunstancias, pero si interrogamos su relato, sentimos un sentimiento de insatisfacción -se trata de nuevo de una narración- ante una gesta abortada. El héroe, Miguel Triay, logra zafarse de las situaciones más difíciles e inverosímiles. Varias veces escapa del peligro de ser arrestado por los alemanes. El joven Miguel es simpático, gusta a las mujeres, tiene un amor propio que defender, muestra su valor en el trabajo y su capacidad de aprender un oficio en las condiciones más adversas.
Pero cuando las dificultades han sido superadas, cuando la Liberación deja entrever un futuro más brillante, cuando los amigos menorquines se reúnen hay una extraña metamorfosis en el alma del héroe: en tan solo dos años la desilusión será total e insalvable. Dos hechos contribuyen a ello, Miguel se ve obligado, por no ser francés, a otorgar la titularidad de patrona de su taller a su esposa, situación que lo reduce a un estado de dependencia con respecto a ella. Lo que hubiera sido difícil par un francés, en esa época era intolerable para un ser cuyo orgullo es al mismo tiempo rasgo de carácter y marca cultural, aunque hoy parezca sexista.
Sin embargo, el hecho más grave tiene que ver con la situación de un militante político que no ha renunciado a la España Republicana: el proyecto de Unión Nacional, organizado por las Juventudes Unificadas Socialistas considera reemprender el combate contra el franquismo por medio de la guerrilla. Proyecto irrealista, sin duda, pero que expresa también la imposibilidad de los españoles en el exilio de reorganizarse sin la ayuda de naciones democráticas que en ese momento tienen otras preocupaciones y en que los Estados Unidos comienzan la guerra fría con los países del Este.
Para M. T., la renuncia a España es como renunciar simplemente a toda ambición. Ese sacrificio de una parte de su ser se parece a una herida narcisista en la que el compromiso individual sobrepasa el colectivo. Ante esta circunstancia, la alternativa parece ser o todo o nada, escogencia difícil que lleva a toda la familia a una estadía definitiva en el desarraigo, como lo describe su hija.
En resumidas cuentas, el relato de Miguel Triay podría ser considerado como una aventura singular, a pesar de la recurrencia de recorridos parecidos, en los choques de dos aventuras republicanas, la francesa, con sus avatares, sus restauraciones del orden monárquico, luego la instalación durable de un sistema democrático producto más de circunstancias económicas y de sus necesidades que de una visión esclarecida del mundo social reinventado en la Ilustración y reinvertido a fines del siglo XIX; la española, más inventiva, más creativa en materia de derechos sociales y, sin duda, más fresca y más imbuida de cierto romanticismo en rebelión contra el oscurantismo; España, joven república cuyas estructuras no se consolidaron a causa de las profundas divisiones políticas internas que no midieron la potencia del conservadurismo impuesto por los tiempos.
Ahora España tiene otra historia, inscrita en una integración económica gracias a la voluntad europea, a la delicuescencia de las estructuras franquistas, que el sistema democrático ha normalizado –a pesar de la monarquía-. Deseamos que esta España acoja a todos los Miguel Triay para que la República de 1931 al 1936 no sea borrada de los fundamentos de la sociedad española.

Por BERNARD SALQUES, en el libro Sable Amer de Miguel Triay. (2006), publicado en Carcassonne, Francia, por la Association familles réfugiées de 1939.

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